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Danzar el afecto
Danzar el afecto
Me sumergí en el tango, una danza que puede parecer enigmática, intentando respirar sin mascarillas de oxígeno. Mi infancia estuvo marcada por la enfermedad y desde muy temprana edad tuve que buscar los rastros de mi historia, pistas que me ayudaran a recuperar el aire.
El tango, la danza en general, o la posibilidad de movimiento del cuerpo en relación con el sonido, con las resonancias con el mundo exterior, me abrieron la posibilidad de vivir la danza como reencuentro; como una forma de recuperar una identidad profunda desde la que logré respirar. Así, mi primer tango fue un descubrimiento fortuito que hoy reaparece como la cebra de mi propia historia para llegar a una manera nueva de encontrarme.
A lo largo de mi trabajo como bailarina de tango y como maestra, pero además en diversas exploraciones por distintos trabajos con el cuerpo y desde el cuerpo, pude ir explorando y nombrando mis afectos, los afectos que atravesaban mi cuerpo y que lo bloqueaban. En el proceso de bailar, de irse sumergiendo en la danza, fui sintiendo cada vez más cómo las grietas se asoman cuando uno baila tango, sentí la inevitable necesidad de dejarlas aparecer, incluso de tocarlas, encararlas, enfrentarlas y, me parecía y me parece aún, que el tango confronta con uno y con el otro de manera plena y potente, por ello muestra la capacidad o incapacidad de plantarnos, de asumirnos, de vincularnos, de tocar y dejarse tocar, de abrazar, de ser uno con el otro.
En este sentido he logrado recuperar algo que forma parte de la historia de esta danza, una danza que nació de la necesidad de afecto y de encuentro, en la añoranza y nostalgia de estar lejos de casa. Una danza que entrecruza experiencias de migrantes, ritmos negros, cuerpos que ante el frío se abrazan y regresan, de una u otra manera, a casa. El tango como un abrazo para volver a casa. Por ello, considero e insisto a mis alumnos que el tango cuando se expresa con afecto nos devuelve y restaura. El diálogo, la comunicación entre los cuerpos no vendrán de los pasos aprendidos de memoria, sino solo escuchando lo que hay adentro de nosotros y permitiendo compartir con el otro; expresando lo que sentimos hasta volvernos danza.
En este sentido he pensado mi trabajo siempre como un modo de recuperar el afecto, de restaurar heridas, de atravesarlas, de recuperar el afecto con uno mismo y con el otro. De ahí he abierto muchas vías, muchas exploraciones, sugiriendo una forma de trabajo que llamo método cuerpo profundo. El trabajo de cuerpo profundo me ha permitido observar y diagnosticar de diversos modos qué es lo que nos ha alejado de nuestro cuerpo, cómo nos lo han arrebatado, cómo lo hemos olvidado al formar parte de una sociedad que entre normas, lógicas temporales productivistas y aceleradas, desencuentros con el otro, con los otros, disciplina nuestro cuerpo, lo atrapa, lo cosifica, le quita su potencia y su vitalidad para meterlo en tramas de relaciones sociales en donde, dócil, cerrado, agresivo, violento, se pierde a sí mismo sin reconocer o poder asumir a plenitud su fuerza de existir.
Pensando en un trabajo integral, este danzar en el afecto, con el afecto, desde el afecto para recuperar nuestra integridad, nuestra corporalidad, para habitar plenamente nuestro cuerpo, por todos sus rincones.
Desde este lugar, desde el momento en el que me encuentro ahora. Me parece que el placer, la alegría de encontrar, la posibilidad de sumergirse en un tiempo lento, aromático, sensible, son vías para restaurarnos y para redefinir lo que implica estar vivo. Creo que la vitalidad es una forma de salud, es un estado de ánimo, un equilibrio con nosotros mismos y con el mundo que permite una interacción distinta con lo que nos ocurre, nos altera, nos hiere, nos afecta. Me entusiasma escuchar el modo en que ustedes que piensan de un trabajo terapéutico a través de una danza que en el centro de su práctica está el afecto.
Quería compartir, también, algunos textos que han acompañado mi trabajo, en donde he encontrado figuras, formas escritas, maneras de nombrar y de orientar mis búsquedas o mostrar mis encuentros. Les dejo algunas que pueden ayudar a entender el modo en que entiendo el tango como danza afectiva.
Bailar para hacer del afecto su propio movimiento vital
La vida es una danza que merece ser bailada.
La danza, al ser arte,
es puerta que nos lleva a tocar las emociones;
movimiento que abraza las heridas
para llegar al fondo del afecto,
que nos permite
enraizarnos en la tierra
de donde somos,
a donde todo vuelve
porque detrás de las heridas somos puro afecto.
Al danzar encontramos reconciliación con lo que hemos negado de nosotros mismos, descubriendo la relación con la vida misma ya que todo es movimiento.
Podemos escuchar dentro de nosotros la voz de nuestro cuerpo para volver al diálogo con lo que nos rodea…
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Acerca del método Cuerpo Profundo
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La vida es una danza que merece ser bailada
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